Riesgos éticos: del valor del esfuerzo al valor de la inmediatez
El auge de la inteligencia artificial (IA) en la educación afecta no solo cómo aprendemos, sino también qué valores predominan en el proceso formativo. La posibilidad de obtener respuestas al instante puede diluir la importancia del esfuerzo, la perseverancia y la honestidad académica, sustituyéndolos por una lógica de inmediatez que prioriza el resultado por encima del proceso. Esta transformación plantea dilemas éticos que requieren de una reflexión conjunta.
Uno de los más evidentes es la pérdida de originalidad académica. Los generadores de texto mediante IA facilitan que muchos estudiantes presenten trabajos que no son fruto de su esfuerzo personal, sino creaciones automáticas de un modelo. Ante esta situación, numerosos centros educativos están repensando sus sistemas de evaluación para que la tecnología no sustituya el mérito del alumno. Las estrategias pasan por fortalecer modalidades que resulten invulnerables a este tipo de “trampa”. En estas escuelas se realizan pruebas orales en las que el estudiante debe defender sus ideas de forma improvisada, proyectos que exigen tal creatividad que una IA no puede realizar o exámenes que no sea realizan con dispositivos electrónicos. El objetivo no es regresar al pasado, sino revalorizar el proceso de aprendizaje como una experiencia formativa real, donde el esfuerzo personal vuelva a ocupar un lugar central.
Otra preocupación ética deriva de la opacidad que caracteriza a muchas de las respuestas generadas por IA. Estas herramientas producen contenidos mezclando datos de diversas fuentes, pero rara vez explicitan de dónde extraen la información ni ofrecen un contexto. De este modo, el alumno puede recibir un texto aparentemente bien construido, pero sin tener herramientas para comprobar su procedencia ni juzgar su fiabilidad. Éticamente, confiar en este tipo de información sin contrastarla va en contra del pensamiento crítico que la educación debería fomentar. Además, si el estudiante incorpora esos textos en sus trabajos sin haber ejercido ningún tipo de juicio evaluativo, el conocimiento que produce corre el riesgo de estar contaminado por errores o sesgos que no son aparentes. Priorizar la rapidez de una respuesta por encima de la verificación de sus fuentes compromete tanto la calidad del aprendizaje como la honestidad del alumno.
Por último, la expansión de la IA, sobre todo en el sector de la educación, conlleva un reto especialmente sensible, la gestión de datos personales. Muchas plataformas de aprendizaje con IA registran de forma automática una gran cantidad de información sobre el estudiante, como los errores que comete, el tiempo que tarda en responder, los contenidos que consulta o las respuestas que acierta. Este rastreo ocurre muchas veces sin que el alumno, ni sus familias, sean plenamente conscientes. En ausencia de un control más taxativo, esta recopilación masiva puede atentar contra el derecho a la privacidad, especialmente en el caso de menores de edad. El riesgo se agrava si estos datos se utilizan con fines que exceden el ámbito educativo, por ejemplo, con objetivos comerciales, mediante la elaboración de los llamados consumer profilings, de este modo, el estudiante deja de ser únicamente un sujeto de aprendizaje para convertirse, sin saberlo, en un objetivo comercial, lo cual desvirtúa el propósito original de la educación y plantea serias dudas sobre el uso ético de la información personal en contextos académicos.
En definitiva, el uso indiscriminado de la IA en la educación pone en juego valores esenciales del proceso formativo. La exaltación de la inmediatez como criterio dominante socava principios como la integridad, el esfuerzo y la autonomía intelectual. A medida que estas herramientas se integran en el día a día de la enseñanza, se vuelve urgente no solo formar a los alumnos en competencias digitales, sino también en una ética del aprendizaje que les permita usar estas tecnologías con responsabilidad, sentido crítico y conciencia de su propio papel como autores y no como simples receptores de conocimiento.
Artículo cedido para el ágoradelpensamiento
Autor: Antoni Lorente González